lunes, 15 de agosto de 2011

«London riots», o la prueba de que la sociedad inglesa se va a pique

Jueves 4 de agosto de 2011. Un joven londinense del barrio de Tottenham, uno de los barrios más pobres de Londres, muere supuestamente asesinado por la policía. La familia del joven, a falta de recibir respuesta alguna de la policía, decidió hacer una manifestación el sábado 6 para ver si, así, la policía se dignaba a aclarar lo que ocurrió aquella noche. Sin embargo, lo que había comenzado como una manifestación pacífica, acabó siendo una batalla campal entre jóvenes, llegados de barrios ajenos y que nada tenían que ver con el joven, y la policía. Pero se les fue de las manos. En una sociedad plagada de madres adolescentes, de hijos sin figura paterna, de familias en las que ninguno de sus individuos han trabajado jamás y de hijos abandonados a su suerte porque no tienen una seguridad familiar a la que colgarse, algo de estas característica se veía venir, por mucho que nos pese. Lo que ocurrió ese sábado por la noche en un barrio ya de por sí muy afectado por la crisis, la falta de trabajo y oportunidades, la poca escolarización y, por qué no decirlo, un barrio donde parece más fácil vivir sin trabajar o vendiendo droga y tener como hobby pelearse con los jóvenes del barrio de al lado por un asunto de territorio, o donde ya hubo situaciones similares en los ochenta, es algo que no debería volver a ocurrir, ni allí ni en ningún sitio.

El supuesto enfado por la muerte de este joven (justificación injustificable, porque tanto la familia como los amigos dijeron que ellos no tenían nada que ver) dio paso a una anarquía en plena batalla campal en la que los jóvenes (y alguno no tan joven) decidieron que, como estaban enfadados, lo mejor era ponerse a romper escaparates y robar todo lo que pudiesen, porque como estábamos en crisis y sus padres no llegaban a final de mes, había que robar a los pobres comerciantes que habían creado sus negocios con (seguramente) los ahorros de una vida. Claro, tiene sentido, ¿a que sí? Mientras tanto, y como se lo estaban pasando tan bien (como mostraron algunas imágenes con voz que publicaron en las noticias: «We do it because it's fun»), decidieron añadir más diversión a la fiesta quemando comercios, supermercados y un edificio de más de 100 años incluido. Sí, porque la violencia se puede justificar con más violencia, eso lo sabemos todo, sobre todo los políticos se que empeñan en invadir el país (no tan) vecino para demostrar que tienen más poder. Porque es así como se educa a una sociedad.Consternados y preocupados, con la cara pegada a la pantalla del televisor y los dedos en el teclado del ordenador, pasamos la noche del sábado atentos a las noticias que nos llegaban por Twitter y por el noticiario. Mi afinidad al barrio de Tottenham me viene no solo porque he estado bastante, sino también porque mi novio se crió allí. Él estaba aún más costernado, incrédulo a lo que estaba pasando, y no paraba de contarme que él se acuerda de cuando sucedió algo similar en los años ochenta. Llamamos a su familia para asegurarnos de que todos estaban bien porque, aunque ya no viven en ese barrio sino un poco más lejos, algunos pasaban por esa calle cada día para ir a trabajar. Todos estaban bien.

Por supuesto, no hay justificación válida para algo así, más que la rebelión de las masas con poco más en su cerebro que combinar el color de las bambas de más de 100 libras con la gorra colocada de forma ridícula sobre su cabeza hueca, y que se creen que, como en casa hacen lo que quieren, también pueden hacerlo en las calles. Esos mismos chavales que hace una semana se estaban peleando a puñetazos (y seguramente navajazos) con el barrio vecino, estaban unidos con un mismo objetivo: conseguir caprichos gratis y destrozar cuanto más, mejor. Ese ansia de poder adquirir lo que les venía en gana, que les dio también poder de destrucción sin ninguna causa real, seguramente porque un sábado por la noche no tenían nada más interesante que hacer. Mientras tanto, los políticos, los periodistas, la gente de a pie buscaban un cabeza de turco a quien echar el marrón de todo lo que ocurría. Los videojuegos, el culpable favorito de los políticos, fue uno de ellos. Sin embargo, parece irónico que, precisamente, si todos esos chavales hubiesen estado pendientes de sus videojuegos, seguramente se habrían quedado esa noche en casa, jugando, en vez de echarse a la calle a ver qué hacía el vecino y de qué tamaño era la tele que robaba. La violencia injustificada no se debe a los videojuegos, ni a las películas, ni a que en la tele se digan palabrotas o se muestre violencia.

No. La violencia injustificada se aprende en el seno de una familia. La aprende de tus padres, de tus hermanos, de tus primos, de tus abuelos, de tus amigos... En definitiva, de la gente que te rodea. Si un niño hace algo mal y no recibe reprimenda, ese niño creerá que lo que ha hecho está bien. Si, por el contrario, recibe excesiva reprimenda y nunca recibe halagos, el niño acumulará odio y rabia que saldrá a borbotones en el momento menos esperado, de algunas formas que ni podrías imaginarte.~*~*~*~*~El domingo 7 amaneció con cierto aire de escepticismo. Lo que había ocurrido la noche anterior parecía un sueño, pero los rastros de los disturbios, los edificios quemados, las tiendas desvalijadas, decían otra cosa. Los políticos aseguraban en las noticias que algo así no volvería a ocurrir. Sin embargo, para aquellos que tomamos la red como si fuera nuestra vitamina de información, escuchábamos esas palabras con incredulidad, como si supiésemos que ellos tampoco se lo acababan de creer, como si todos tuviésemos la certeza, en el fondo, de que la historia se repetiría. Se veían imágenes y se escuchaban noticias sobre lo que había ocurrido en Tottenham la noche anterior en casi todos los canales y, seguramente, el hecho de que pareciese que la policía había hecho poco el día anterior, empezó a animar el ambiente caldeado y empezaron a leerse rumores en internet de que grupos de jóvenes se estaban reuniendo en ciertos barrios de Londres y estaban rompiendo vitrinas de comercios y saqueando lo que pillaban, tanto si era de valor como si no. Esa noche los disturbios empezaron en el barrio vecino, otro de los problemáticos: Enfield. No tardó en extenderse al barrio de al lado, Wood Green y, un poco más tarde, también empezó en Islington. Mientras tanto, el brote había empezado en el sur, en Brixton, otro de esos barrios en los que hubo muchos disturbios en los 80. Ya bien entrada la noche, oímos que en Oxford Circus también habían hecho de las suyas. Y esta es, para mí, la prueba evidente de que la mayoría de la gente que había en cada uno de los barrios perpetrando los destrozos no era de ese barrio. Como siempre, si tienes que cagar en la calle, te cagas en el jardín del vecino y no en el tuyo, porque ese lema de «no hagas al prójimo lo que no quieras que él te haga a ti» está ya muy pasado de moda. Eso es para los católicos... O bueno, ya, ni eso.

Ahora se hace al prójimo precisamente lo que te apetecería hacer, pero que no lo haces en tu casa por razones obvias.Otra noche de locura, de imágenes que parecen más traídas de las revoluciones que aparecen en las películas que en los barrios de la ciudad en la que vivo, una ciudad supuestamente moderna, progresista (ejem), con un cambio de gobierno que prometía ir a mejor (ejem), con la mayoría de población con una buena educación (ejem) y, sobre todo, con unas de las mejores sociedades del mundo (según he oído decir a veces a los políticos... ejem). Bromas aparte, la situación empezaba a preocupar. La anarquía de los 70, que nos trajo el extraordinario estilo musical punk como protesta ante lo que ocurría en aquellos años, reapareció completamente escondida en bajo la piel de una sinexcusa.

Y llegó el lunes. Las imágenes de los disturbios del fin de semana se repetían una y otra vez, en todos los canales, a todas las horas. El ámbito en las redes sociales no era muy distinto. Los tuits constantes con imágenes y comentarios de destrozos en diferentes barrios estaban a la orden del día. Lo peor era le indecisión, saber si esa noche volvería a ocurrir. Pero sí, pronto corrió la voz, más rápido en internet que en las noticias, de que se volvían a verse chavales corriendo de un lado a otro, atacando y saqueando tiendas y, sobre todo, con pinta de estar pasándoselo muy bien. Sin embargo, la noticia más desesperanzadora llegó cuando nos enteramos de que en Croydon, el barrio/comarca de vecino (antes de trasladarnos, pertenecíamos a la comarca de Croydon), habían quemado una tienda de muebles de más de 100 años de tradición. Fue ver las imágenes del edificio engullido por las llamas y empecé a llorar. A llorar de impotencia; a llorar por no entender cómo se había llegado a tal extremo, aun sabiendo algunas de las razones; a llorar por temer que no había marcha atrás y que esa sociedad, la sociedad británica, estaba ya acabada.

Mientras tanto, llegaban rumores de que se acercaban a Clapham Junction, otra zona muy cercana a nuestro barrio. De allí nos llegaban imágenes horribles, de niñ(at)os rompiendo escaparates y entrando en sitios en los que tampoco podían robar nada porque no había nada que robar, o diciendo que hacían eso «porque tenían que cobrarse los impuestos» (cuando muchos ni siquiera trabajaban y viven en hogares con familias que reciben ayudas del estado). Un panorama muy triste. Poco a poco, el movimiento se fue acercando a nuestro barrio. Lo primero fue un mensaje de un amigo que decía que había llegado ya. Nosotros no oíamos nada de jaleo en la calle, así que, esperamos. Después, alguien en Twitter dijo que habían saqueado e incendiado una tienda de electrónica de la zona comercial del barrio. Miramos por la ventana y, aunque se encontraba al otro lado de las casas que tenemos enfrente, no vimos nada. Bajamos a la calle y miramos la calle principal, pero no veía nada.
Un rato después, empezamos a ver humo que salía de por encima de los tejados de las casas. Fue entonces cuando pasé miedo de verdad, ya no porque se pudiesen acercar y destrozar el barrio, sino por que pudiesen entrar en las casas y robar a la pobre gente que no tiene ni seguro ni nada con qué cubrirse, ni siquiera defenderse. Sin embargo, seguíamos sin oír nada y toda la información de lo que pasaba en nuestro barrio nos llegaba por Twitter. Parece que solo fue un susto, ya que los alborotadores se fueron tal y como llegaron. Al poco rato, nos llegó la noticia de que unos cuantos chavales se habían quedado encerrados en una de las tiendas que habían quemado... Por una vez, tuve pensamientos diabólicos y me alegré: eso les enseñará a no hacer lo que no deben. Los alborotos se habían extendido ya a todas las comarcas de Londres e, incluso, a otras ciudades de Reino Unido como Birgmingham, Bristol, Nottingham y, en menor medida, en otras ciudades.

Con este miedo, preparé la maleta, ya que tenía que volar al día siguiente. Cuando nos despertamos, el día 9, lo primero que hicimos fue encender la televisión para ver si había novedades. Las mismas imágenes de la noche anterior y alguna nueva se repetían una y otra vez en todas las cadenas. Derren se fue a trabajar y yo me dispuse a intentar hacer algo de trabajo antes de irme al aeropuerto, sin saber siquiera si sería capaz de coger el tren o no, ya que tanto el barrio donde cojo el tren para el aeropuerto como otro de los barrios por los que pasa el tren, habían sufrido los asaltos de la noche anterior. Unas horas antes de tener que salir, Derren llamó diciendo que la policía había llegado a su trabajo (trabaja en Wimbledon, a 15 minutos en bus de casa) y había recomendado a todas las empresas y comercios a cerrar y a los trabajadores a irse a su casa, por seguridad. Aún no se sabía nada, pero parece ser que habían tomado esa decisión por si acaso se acercaba el revuelo al barrio. Al final, opté por irme en taxi: la opción más cara y no siempre la más rápida, pero era la más segura. Para allá que me fui. Comentando con el taxista lo que había ocurrido, pasé justo por las tiendas que habían saqueado la noche anterior, y el panorama era desolador: los vidrios de los escaparates se habían tapado con maderos para evitar que la gente entrase y se llevase lo poco que los saqueadores habían dejado. Con ese panorama tan desolador, me llamaron de una cadena de televisión mallorquina para hacerme una entrevista, que me llevó casi todo el camino al aeropuerto.

Aquella noche, Londres durmió sin alboroto. Intranquila, aún consternada por lo que había ocurrido durante los últimos días, pero sin sufrir ataques. Ha sido un momento que pasará a la historia, que todos recordaremos, sobre todo los políticos que presumían de tenerlo todo controlado con esta nueva candidatura y están demostrando que se les está yendo el tiro por la culata en todo.

Sí, señores, el hombre es el único animal que tropieza dos veces (o más) con la misma piedra.

lunes, 18 de julio de 2011

Como si de una tómbola se tratase

Parece que no nos llevaremos la muñeca chochona esta vez. Después de varios meses buscando piso, mirando por aquí y por allá, quedándonos ojipláticos al ver algunas porquerías ofrecidas, consiguiendo arriesgarnos poniendo un depósito sin habérnoslo pensado por miedo a no poder conseguir ninguna casa, conseguimos encontrar algo que valía la pena. Pero como la búsqueda había sido bastante estresante e imprevisible, el traslado no podía ser menos.

El sábado pasado (o sea, anteayer) era la mudanza. Conseguimos empaquetarlo todo a tiempo, así que, solo nos quedaba esperar. Llegaron las doce, la hora convenida, y nadie llamaba para avisar de que venían de camino. Llegó el padre de Derren, que venía a ayudarnos, y eran ya la una de la tarde. Y seguíamos sin noticias. Cuando llamaron el viernes para confirmar la mudanza, nos dijeron que, a lo mejor, se retrasaban un poco, porque tenían otros traslados pendientes, así que, decidimos esperar un poco más. Mientras tanto, fui a la casa nueva a dejar un par de cajas, las más delicadas (platos, vasos y tazas), y nos volvimos al piso antiguo, a seguir esperando.

A las 7 de la tarde, decidimos rendirnos y nos dispusimos a despejar un trozo del suelo para poner el colchón (en algún lugar teníamos que dormir) y parar la noche entre cajas y bolsas. En parte me vino bien, porque tenía mucho trabajo y podría utilizar la conexión a internet que aún no nos han dado de baja (ni lo harán hasta dentro de 30 días). No hay mal que por bien no venga, sí. Pero seguí esperando que los del traslado se hubiesen equivocado de día y viniesen el domingo.

Amaneció el domingo y, tras avisar al dueño de la casa de que nos habían dejado plantados, empezamos a llamar a otros sitios de mudanzas, a ver si alguien podía hacernos una mudanza de emergencia, pero como era domingo, nadie contestaba. Como parecía que de ahí no nos íbamos a mover pronto, aproveché que tenía conexión a internet para trabajar y adelantar la traducción que tenía que entregar ese mismo jueves. Ahí, en la que dejaría de ser nuestra habitación, nos pasamos el domingo, sentados en el colchón que habíamos puesto en el suelo como sofá. No está mal, pero prefería mi sofá. O, mejor aún, mi mesa de trabajo. Pero bueno, el fin de semana estaba ya chafado y había que conformarse con lo que tenaíamos.

Llegó el lunes. Nos despertamos a la hora habitual de cada lunes, para llamar cuanto antes a la empresa de transporte. Nos cogieron el teléfono, explicamos el problema y nos dijeron que, en media hora tendríamos a alguien con un camión de mudanza. ¡Chachi! A prepararse toca.

Llegaron a los 45 minutos y empezaron a meter cosas en el camión. Y más cosas. Y aún más, y aún faltaban cosas en el salón cuando dijeron que tenían que hacer dos viajes. Con ellos que me fui a la casa nueva, y observé cómo iban metiendo una caja tras otra, y un trasto tras otro. Y más trastos y más cajas... Ay, madre, ¡y aún faltaba la mitad del piso por llegar! Acabaron de vaciar el primer camión y volvimos al otro piso, a seguir cargando cosas. Otro camión más y de vuelta a nuestro nuevo hogar, a seguir llenándolo de cosas.

Reventados y hambrientos, decidimos posponer la limpieza del antiguo piso e irnos a comer algo al que sería nuestro «bar de la esquina» a partir de entonces. Genial, solo tenían bocadillos. Después de tres días comiendo a base de bocadillos, me tocaba otro. Bueno, vale. Mejor eso que nada. A comer se ha dicho...

Volvimos al piso antiguo a limpiar, bastante aceleradamente, ya que el dueño iba a llegar en cualquier momento a revisar el piso. Madre mía, qué estrés, qué acelerones, qué rapideces... ¡Así no se puede limpiar a gusto! Vale, un poco el lavado de la suegra por aquí, otro poco pasar el trapo por allá... Lo importante es que brille, que cuando brilla parece que está limpio. Hala. Listo.

Llegó la hora de decir adiós, con un poco de pena porque sabía que iba a echar de menos el parque delante de casa que tanto entretenimiento me ofrecía. ¿El resto? No, no lo echaría de menos, sobre todo al vecino de arriba que me traía de cabeza con el footing diario dentro de casa. Adiós a los dolores de cabeza. Adiós al número 5 de la puerta de casa, que tanto me gustaba. Sí, eso también lo echaré de menos.

Y empieza una nueva etapa en un piso más grande. Por fin espacio para no agobiarnos, un jardín-terraza para tomar el sol (cuando por fin lo haya) y, ¿quién sabe?, organizar barbacoas y fiestuquis, ¡bieeeeeen!

Al final, puedo decir que ha valido la pena todo el estrés de las últimas semanas. Empieza un nuevo capítulo que, espero, será interesante.

Curri.

lunes, 4 de julio de 2011

Busy as a bee can be

El mes de junio pasó volando. Trabajo, preparación para una conferencia, socialización, descubrimientos, búsqueda de piso... Julio no es mucho más esperanzador: el trabajo sigue, hay mudanza, más socialización, blogs, artículos por escribir (y publicar)... Cada día veo más necesario conseguir la clonación sin dolor ni daño moral. Pero quiero un clon de esos que no necesiten comer ni dormir. Si no, no tiene gracia. Esa parte ya me la quedo yo, que es la divertida.

Vamos por partes.

Piso: ya tenemos. Uno muy bonito y muy caro (intenté encontrar las tres Bes, pero en una ciudad como esta, era algo así como que muy difícil), con jardín, salón enorme para jugar a la Wii (a ver si, por fin, me animo a usar los juegos de deporte que tengo) y todavía más cerca de la estación de metro. Hasta el día 15 no nos mudamos, pero tengo ya ganas del cambio.

Conferencia: a finales de junio llegaba el momento del congreso Media4All, que llevaba desde enero esperando, no solo por la magnitud del evento, sino porque iba a hacer otra presentación. Ya lo anuncié en mi blog de traducción hace unos meses, pero, aún así, el tiempo ha pasado volando y los nervios estuvieron a flor de piel. La presentación fue bien. Estupenda, más bien. Y acabé muy satisfecha, aunque me habría quedado ahí hablando durante horas y horas. También disfruté muchísimo del congreso gracias a la gran cantidad de gente del mundo de la traducción audiovisual que conocí, además de volver a ver a algunos conocidos, profesores de mi universidad, profesores de mi máster, tuiteros, etc. Menudas ganas tengo de ir a otro congreso.

Socialización y networking: aunque he tenido que reducir el tiempo que dedico a ello porque he tenido que trabajar y hacer cajas, he intentado abarcarlo todo, como siempre :)

Publicaciones: el artículo académico que tenía que escribir está casi preparado, aunque estoy esperando a que me den el visto bueno y algunos retoques. Mientras tanto, recibí un correo esta misma mañana diciéndome que si quería publicar un artículo para la revista Multilingual... ¡¿Cómo iba a negarme?! El único problema es QUE NO TENGO TIEMPO PARA PREPARALO... ¡AAAAAAAAAAHHHHHHH! Pero lo conseguiré, porque siempre consigo sacar fuerzas para hacer algo así. Por último, los organizadores del Media4All también quieren publicar un libro con artículos, así que, si veo que tengo tiempo, lo mismo me animo. Ya dije que, cuando empezase, no pararía :)

Blog: he dejado de lado tanto este blog como el blog de traducción. Sí, lo sé. Pero espero poder encontrar tiempo en cuanto acabe el proyecto en el que estoy metida. Ya tengo ganas de que llegue ese momento.

Saludetes.
Curri

jueves, 5 de mayo de 2011

Una estrella más en el cielo

Cuando alguien se va de este mundo, alguien con quien habías compartido una parte importante de tu vida, notas como si, de pronto, se formase un vacío dentro. Un vacío sin sentido que no puedes explicar y que solo puedes rellenar con recuerdos, imágenes, sentimientos... Ese hueco quedará ahí para siempre, o hasta que puedas olvidar también esos recuerdos con los que lo has conseguido llenar. Un vacío lleno, una alegoría de la contradicción, un pozo sin fondo lleno de agua.

Sigues imaginando esos recuerdos que os unían, el tiempo pasado juntos, las experiencias descubiertas, las risas y los llantos. Recuerdas la última vez que os visteis, y la penúltima y la antepenúltima y te preguntas por qué no ha habido más entre ellas, por qué no insististe en veros y seguir compartiendo otra experiencia. En mi caso, ese espacio de tiempo sin ver a la otra persona fue algo forzado, algo impuesto por una tercera, lo que me lleva a sentir aún más arrepentimiento por no haber hecho lo que yo quería y haber conservado esa amistad que tanto apreciaba y que, en el fondo, también necesitaba.

Mi expareja murió la semana pasada tras un año largo padeciendo cáncer. Tenía 34 años y toda una vida por delante. Habíamos pasado la etapa final de la adolescencia juntos y juntos habíamos descubierto cosas que solo se experimentan una vez en la vida. Casi cuatro años despues del día en que nos conocimos, decidimos seguir nuestras vidas por separado, pero conservando esa amistad tan buena que ya teníamos. Pasó un año, pasó otro y otro, y sentí cómo eso que había empezado como un amor adolescente se había convertido en una gran amistad, en un apoyo mutuo, una confianza que se tiene con muy poca gente. Sin embargo, de pronto, un día vi cómo me arrancaban de un tirón y sin que siquiera pudiera quejarme eso que tanto necesitaba. Perdí el contacto y las noticias sobre él me llegaban con cuentagotas. Tuve que conformarme con ser feliz con su felicidad, aunque tampoco sabía si así era.

Pasó el tiempo, conocí a más gente, conocí a algunos «especiales», pero la cosa no parecía cuajar. Cambié de ciudad, después, de país, conocí a otro «especial» y este sí que lo fue de verdad. Pero durante ese tiempo, de vez en cuando, echaba la vista atrás y recordaba con melancolía ese amigo que me había negado su amistad y pensaba que, algún día, podría hacerle toda esas preguntas que se iban acumulando. La semana pasada, esa esperanza se truncó.

Ahí quedaron las preguntas, en el hueco junto a los recuerdos, junto a las imágenes, junto al eco que producen al resordecer en ese hueco. Habría querido preguntarle si era feliz, si también sentía que le faltaba mi amistad como a mí me faltaba la suya; quería saber por qué se había separado tanto, por qué no había hecho lo que realmente quería sino lo que le habían dicho que hiciese; quería saber si, ahora que habían pasado los años, podríamos volver a ser amigos, aunque no fuese como antes; quería saber qué pasaba por su cabeza...

Cuando un amigo se va, sientes como si te faltase algo en algún lugar del cuerpo. Lo notas, pero no sabes dónde está. Solo te queda el recuerdo y la pena de no haber podido aprovechar más los últimos años juntos, de que se haya ido y no hayas podido decir adiós. Te queda el saber que, después de todo, estará mirándote desde allí arriba, porque ya hay una estrella más en el cielo.

Descansa en paz, amigo mío. Te echaremos de menos.

sábado, 23 de abril de 2011

Otro «Sant Jordi» sin poder celebrarlo...

Sí, otro año que me pierdo las rosas y los libros, una de las festividades más bonitas de la tradición catalana y, diría, de toda España. Es bella no solo porque es el día de los enamorados en la tradición catalana, donde el enamorado regala una rosa (o varias) a su amada y, esta, le corresponde regalándole un libro (por supuesto, él también puede regalar un libro). Compartir amor y cultura, año tras año, ¿qué más se puede pedir?

A pesar de que San Jorge (Saint George) es el patrón de Inglaterra, aquí no celebran nada. Ni siquiera la lucha de San Jorge contra el dragón. Por no celebrar, ni siquiera es día festivo. Es lo que tiene vivir en un país donde se preocupan más por el dinero que por las tradiciones. Tampoco celebran el día del libro, ni la muerte de Shakespeare, su dramaturgo más famoso. Porque eso sí que sería bonito, ver todo Londres lleno de libreros vendiendo sus libros y la gente queriendo comprar cultura.

Llevo seis años sin ver las calles plagadas de libros y rosas, sin ver chicas de la mano de sus novios y con bellezas rojas en la otra. Seis años sin ver siquiera celebraciones representando la lucha de San Jorge contra el dragón... Todo eso que pertenece a mi cultura, mi historia, mis tradiciones. Me siento como si me faltase algo, no sé, una pierna. Me falta algo que me enriquece, que me hace sentirme más unida con los míos, algo que aquí no encuentro y que, por supuesto, echo mucho de menos.

Habrá que irse para allá el año que viene, a revivirlo en persona. Eso sí, espero que haga sol, que según me han dicho, este año ha llovido :)

FELIÇ SANT JORDI A TOTHOM!!
¡¡FELIZ SAN JORGE A TODOS!!

miércoles, 13 de abril de 2011

Cómo se vive una operación en la NHS

Ayer me operé, por fin, de la perforación de oído provocada por las dos infecciones que tuve el año pasado. Me lo he tenido un poco callado, lo sé. Ha sido una mezcla de miedo y autoboicot. Si no se lo contaba a nadie, si nadie lo sabía, nadie me obligaría a ir, y si, además, se me olvida, no tendría por qué hacerlo. Han sido tres semanas de pánico interno, miedo ya no a que la operación saliera mal y, bueno, pudiera volverme aún más sorda, sino que era, más bien, pavor a dormirme y no volverme a despertar.

Nunca me he operado. Mis visitas al hospital se han limitado a ir a recoger a mi padre, neurólogo, y a ir a hacerme revisiones de vez en cuando (análisis de sangre, comprobaciones de anemia, visita de rigor al ginecólogo, y poco más). Nunca he estado internada en un hospital y, mucho menos, jamás me han puesto anestesia general, con lo cual, no sabía qué se sentía, qué suponía todo el proceso. Ni siquiera sabía si, a lo mejor, era alérgica a la propia anestesia, que podría ser (mi madre es alérgica a la anestesia local, así que, a lo mejor podría haber heredado yo algo relacionado). Así que, con todo eso rondándome en la cabeza durante tres semanas, intenté seguir mi vida como si nada fuera a ocurrir... Hasta que llegó el día de la operación, y volvieron los nervios.

Esa noche dormí poco porque estaba muy incómoda, no sé si por miedo o por ganas de que acabase todo, pero me desperté contínuamente. Al final, la alarma sonó. Nos levantamos, nos arreglamos y fuimos al hospital. Llegamos allí a las 7 menos cinco y no había forma de encontrar el cartel que nos llevase a «operaciones». Entré en audiología, pero estaba vacío... muy sospechoso. Al final, pregunté a un buen hombre que estaba esperando allí y me dijo que había que subir al cuarto piso. Eso sí, seguía sin haber ningún cartel indicando que el cuarto piso era la recepción de operaciones. ¡Qué diver!

Llegué, di mi nombre, esperé y empezaron las consultas. Hastra cuatro personas diferentes me llamaron y me hiceron preguntas (muchas de ellas eran las mismas). Me dieron dos batas de esas de enfermo para ponerme una hacia delante y la otra hacia atrás (para taparme el culo), unos calcetines megapretados para evitar coagulaciones de sangre y unas zapatillas como de gomaespuma para caminar. Amos, estaba de un sersi... Como anécdota graciosa, mientras hablaba con la anestesista, me preguntó si era alérgica a algo (a pesar de que se lo había dicho ya, por lo menos, a 5 personas más que, se supone, lo habían apuntado en mi historial), y le dije que no, pero que mi madre era alérgica a la anestesia local, por si le servía, y me dijo que eso era mentira, que no existe la alergia a la anestesia local. Con la boca abierta me quedé. Vamos, poco menos que me vino a decir que mi madre llevaba como 15 años mintiéndonos :) Al final, cedió y dijo que nunca había oído hablar de eso y que lo encuentra muy curioso y que le gustaría saber qué anestesia era. No, si al final tratará a mi madre como una diosa :)

Llegó el momento de entrar en quirófano. Me llevaron a la planta de abajo (sin enseñar el culo, pero con mucha vergüenza por las pintas que llevaba), me llevaron a la entrada del quirófano, me tumbaron en la camilla y, una vez allí, el corazón me empezó a latir como si tuviese vida propia (vale, tiene vida propia, pero este estaba muy marchoso). Allí me tuvieron esperando como 15 minutos, o más, porque no encontraban a la anestesista. Uno de los enfermeros era ecuatoriano, lo cual me calmó un poco por el simple hecho de que, si me despierto y no sé ni en qué mundo estoy, al menos habrá alguien que entienda mi español (no sería la primera vez que, medio dormida, hablo el idioma equivocado). Poco después, entró un jovencito, un estudiante del último curso de medicina que estaba haciendo las prácticas y nos pidió si no nos importaba que mirase. Yo le dije, que mientras mire y no toque, que a mí me da igual.

Por fin llegó la anestesista. Qué mujer más rara, oiga. Era de esas mujeres secas, que no sonreían ni nada, pero cuando te miraban a los ojos, forzaban una sonrisa de dos segundos y volvían a su cara normal. Eso sí que daba miedo, que te toque un rarito como anestesista... Bueno, respiremos hondo, dejemos la mente en blanco... «Te pongo ya la anestesia», me dijo la anestesista. Bueno, a ver qué tal. Pues sí, la noté. Noté un líquido quemándome que subía por el brazo, me llegaba al pecho y al cuello y solo pude decir: «See you later» (hasta luego). Y me desperté. Ni siquiera tuve la sensación de haber dormido, solo un antes y un después. Yo noté mucho ruido y alguien que me llamaba «Frasisca?», y me dije: «¿Ande coños estoy?». Luego ya me di cuenta de que estaba en el hospital, de que no oía por el oído izquierda y de que, seguramente, le operación había pasado y ni me había enterao. Y yo quería decirle a la chica que me llamaba que estaba bien, pero no me podía ni mover... No, el despertar no fue como en las pelis, que se despiertan y se levantan. ¡Y un carajo! Yo no podía no abrir los ojos. Ante tanta insistencia de la buena mujer, creo que moví la cabeza para decir que sí, que estaba bien, pero rendida caí, y decidí no moverme, que si algo pasaba, ya se encargarían ellos de moverme :)

Poco a poco empecé a darme más cuenta de lo que pasaba alrededor mío, de que estaba en una sala compartida, con más enfermos despertándose, más enfermeros y enfermeras paseándose y viniendo a preguntarme si estaba bien... Al cabo de un rato, no sé, como media hora, ya fui capaz de moverme y recolocarme en la camilla, porque se me estaba durmiendo el culo. Fíjate, había tenido tiempo de que se me despertase y se me volviese a domir, el jodío... Llegó una de las enfermeras y me preguntó si me sentía bien y si quería algo, y no pude evitar decirle: «I am hungry» (jodó, desde las 10 de la noche anterior que no había comido nada... Y eran como las 11:30 de la mañana... ¡Llevaba más de 13 horas sin comer!). Me dijo que me buscaría algo para comer, así que, me volví a relajar. Volvió y me pidió si quería un sándwich de atún, de huevo o de jamón... ¡Y yo qué sé! Yo quería que me metiesen algo en la boca, me da igual el qué, no me hagáis pensar... Vale, lo quiero de jamón. Me trajeron una caja con un sándwich, una botella de agua, un yogur y un cacho de bizcocho. Impresionante la comida de enfermo. Yo me esperaba una de esas sopas sosas e insulsas y una pechuga a la plancha sin sal... Vale, a por el sándwich... ¡Qué ajco! Era pan con tomate y jamón. Ni una gota de mantequilla, ni una gota de aceite ni ná. Por no haber, no había ni lechuga... De verdad, la sopa insulsa y sosa me apetecía más. Me metí el sándwich como pude y, tras haber gastado la poca energía que había reuperado, decidí que era momento para una siesta.

A todas estas, no tenía ni idea si a Derren le habían avisado de que ya había salido de la anestesia y de que estaba bien, a pesar del trauma del sándiwch, pero como me imaginé que sí le habían avisado, no pregunté. Me desperté al rato y la enfermera me dijo que no tenían ninguna habitación para mí pero que buscarían una y que pronto podría salir de ahí. Así que, me tocó esperar. Estaba bastante más despierta, así que, me dediqué a observar a los otros enfermos que iban llegando. Llegó uno que parecía insistir en quedarse dormido (no me extraña, ¡se estaba tan bien!), pero la anestesista (sí, la rarita) estaba allí y, junto con la enfermera, le daban meneos para que se despertase. Parece ser que era diabético y, claro, tenían que evitar que se durmiese. A mí, nada más ver eso, se me quitó todo el sueño de golpe... No vaya a ser que me metan los meneos que le metían a él :)

Al final, tuvieron que abrir una planta que era para hombres para meternos a unas cuantas mujeres que no teníamos habitación. Y para ello, tardaron como tres horas. No está mal, ¿eh? Me trasladaron a la habitación y mi Derren no estaba... ¡Ay, pobre, que se habían olvidado de él! Le pregunté a la enfermera si lo habían llamado y me dijo que si me sabía el número de teléfono... Esto... Acabo de salir de anestesia. Apenas me acuerdo de que tengo que hablar inglés y no español, ¿y me pides si me sé su número de teléfono? *suspiro* -No, no me lo sé- le dije. Consiguió encontrarle y, un rato después, llegó. Ay, qué alegría ver una cara conocida. Me contó que le habían llamado hacía como media hora y le habían dicho que vinisiese a esta habitación, pero no encontró a nadie, así que, decidió irse a comer (me parece estupendísimo). Justo cuando estaba ya con el plato a punto de hinarle el diente, le volvieron a llamar, que ya estaba en la habitación. Conclusión: ahí no hablan entre ellos y, por supuesto, nadie le había avisado a las 11:30 de que ya estaba despierta. Hasta las 3 no decidieron dar noticias. Impresionante.

Me pusieron de nuevo el aparato de medir la tensión y el pulsómetro, y allí lo tuve, cada media hora, inflándose y desinflándose, esperando a ver si me daban el alta. Como no sabía cuánto iban a tardar, decidí que, lo mejor, era echarse una siesta. En medio de la siesta, me interrumpieron para preguntarme qué quería cenar... ¿Comorl? Se supone que me voy ya pronto, que no me quedaré interna... Bueno, sin siquiera hambre ni ganas de comer, tuve que elegir tres cosas de una lista que me dieron. No, nada de comida sana. Pero como no me apetecía masticar (el sándwich había sido un suplicio), pedí lo más blando que tuviesen: coliflor con salsa de queso, puré de patatas y natillas... Comida de hospital, justo lo que quería... Eso sí, la sopa sosa no aparecía por ningún lado... Menudo hospital más raro...

Pasaron las horas, llegó la hora de cenar (las 5 de la tarde... acordaos que estamos en Inglaterra y esta gente cena a la hora de la merienda). Me lo metí todo como si fuese cualquier manjar de mi madre que llevaba meses esperando comer. Sí, tenía hambre y, además, tenía que tomarme ya alguna pastilla puesto que el oído me empezaba a molestar. Yo creo que el dolor se había vuelto más agudo porque me habían puesto delante una anciana a la que dejaban autosuministrarse morfina. Solo tenía que darle a un botón cada vez que sintiese dolor... y la tía no paraba de darle al botón.

Seguí esperando el alta pero no llegaba. También esperé poder conocer al médico que me había operado, pero no apareció. La enfermera vino y me dijo que me iban a dar el alta pronto y que si quería medicinas (paracetamol y codeína) para el dolor, y le dije que sí. Me dijo que las pediría y que, en cuanto las tuviese, podría irme a casa. Las medicinas tardaron una hora en llegar. Me dijeron cada cuánto tenía que tomármelas (cosa que ya sabía) pero no me dijeron durante cuánto. Vamos, que puedo tirarme tres semanas perfectamente y aquí no ha pasado nada :)

Al final, a eso de las siete de la tarde me dejaron marchar a casa. ¡Por fin! Después de doce horas, mi experiencia con la NHS es satisfactoria, porque he salido viva y sin dolor de la operación, pero me han faltado algunas cosas, como conocer a la médico que me operó (solo sé que es una mujer) y que sea ella misma quien me dé las instrucciones postoperación y, bueno, que hubiesen dado un poco más de información al pobre que estaba esperando por mí desde las 9 y poco de la mañana. Ah, y un teléfono al que llamar por si, durante las 3 semanas que tengo que esperar hasta que me hagan la revisión, me pasa algo. No puedo decir si es mejor o peor que la Seguridad Social española, porque no he podido experimentarla en persona, pero parece que cuecen habas en todos los lados, y entodos lados hay cosas que mejorar :)

Ahí queda eso.

sábado, 9 de abril de 2011

Viernes de sol y sushi

Aprovechando que ayer hacía un día estupendo (aunque me pasé la mitad en el hospital, haciéndome pruebas para la operación de oído, y la otra mitad, en casa currando todo lo que no había currado por la mañana), quedamos con unos amigos para ir a tomar algo al lado del río. Las vistas fueron maravillosas, ya no porque la orilla sur del Támesis es hermosa, sino por la cantidad de gente que han pasado hibernando todo el invierno y salen despavoridos de sus casas (con faldas y chanclas incluidas) al ver los pocos rayos de sol que conseguimos tener en este país. Sí, aunque estaba en paréntesis, dije con falda y chanclas. Porque aquí da igual que haga frío, mientras haga sol (y esté amenazando con llover), se ponen ya clanclas y muestran pata y muslo aunque el resto estemos tiritando. Ayer hacía «calor», sí (22 grados), pero sigo creyendo que lo de las chanclas es algo exagerado.

Estuvimos al lado del Southbank Centre durante una hora, hasta que el sol se marchó... Y a mí me entró el hambre. Por supuesto, llevaba la cámara conmigo y no podía quedarme sin hacer fotos de la maravillosa puesta de sol que podíamos observar. Y, como muestra, un botón:













Al caer la noche, como empezaba a hacer fresco y, además, teníamos hambre, propuse ir a comer a un japonés, porque me apetecía sushi (porque yo lo valgo). Lo malo es que, por la zona esa, solo había dos restaurantes japoneses que, además, eran caros.

Así que, teníamos que ir más al centro. Gracias a Googlemaps, encontramos una lista de algunos en Covent Garden y en Soho, pero como había mucha hambre y, sobre todo, bastante pereza, decidimos coger el metro (sí, pa tres paradas, pero oiga, nuestros estómagos nos lo agradecieron).

Llegamos a Soho, al restaurante Kyoto, y había cola. La verdad es que tenía buena pinta. Parecía bastante típico, pero teníamos que esperar como 20 minutos. Así que, me dirigí a otro japonés que había cerca, el Hi Sushi, para ver si había que esperar más. Me dieron el mismo tiempo de espera, pero había un ofertón de eat as much as you can, que me dejó babeando allí en medio. Al final, como no nos decidíamos a cual de los dos «20 minutos» deberíamos ir, decidimos ir a otro restaurante que parecía que estaba muy bien (consejo de Paul) y, bueno, teníamos que andar solo 10 minutitos, con lo cual, podríamos empezar a comer antes :)

Allí llegamos, a Taro Restaurant. Bajamos las escaleras y nos dieron mesa ipso facto. Y volví a babear al ver las fotitas del menú. Los otros decidieron optar por dejar el sushi para otro día, pero yo había llegado allí para comer sushi, y sushi iba a comer. Me pedí mi «chuchi», aún a sabiendas de que había pedido demasiado, y empecé a contar los minutos que pasaban. Y, por fin, llegó. Qué buena pinta. ¡Qué bonito que era todo! Sí, habéis adivinado, hice fotos (raro sería). Preparaos para babear:



Bueno, el sushi estaba de muerte. El arroz aún estaba templado, lo que significa que lo acababan de hacer. En esos momentos me hubiese gustado tener dos estómagos para poder comer más :) Sin embargo, tengo solo uno y, aunque sabía que podría acabármelo todo, decidí dejarme algo para evitar un mal dolor de estómago. Y, bueno, como desayuno esta mañana estaba genial. Si es que, yo tenía que haber nacido en Japón.

Con días como el de ayer, da gusto salir de casa y gastarse la pasta. A ver si este verano no es tan malo como los años anteriores y puedo disfrutar aún más de Londres. Ya os iré contando.

Besos y abrazos.

martes, 5 de abril de 2011

Busy like a bee

Menudo mesecito de marzo, oiga. Sí, muchas cosas buenas, mucho trabajo (aunque no tanto de traducción), mucha socialización, mucho de todo.

Primero, la búsqueda de piso que hemos vuelto a dejar abandonada por falta de ganas, porque las casas desaparecen antes siquiera de poder ir a verlas y por esperar a ver qué nos depara el futuro.

Segundo, el trabajo en NetPlay. Sí, otra vez. Lo cual, está muy bien, no me voy a quejar, pero apenas me dejaba tiempo para otras cosas también importantes y necesarias (véase los puntos más abajo).

Tercero, cumpleaños, quedadas, conferencias y otras hierbas sociales. El primer finde de marzo, fui a Barcelona para salir de marcha con Núria y Loli, de la universidad, y acabamos haciendo una fiesta remember (y pasándonoslo pipa). Este fin de semana pasado, me lo pasé en Valencia, con mi amiga Vanessa, donde acudimos a un cursillo de word que dio un importante traductor (Xosé Castro) y donde conseguí desvirtualizar a muchos más traductores tuiteros, además de conocer a otros tantos.

Cuarto, la preparación del artículo para que me publiquen, para el cual me han dado tiempo y que tengo que hacer un lavado de cara completísimo o me dirán que me lo meta por donde me quepa.

Quinto, el resto de cosas, «uséase»: comer, dormir, limpiar la casa, descansar... Donde también incluyo una hora y media que me tiré en el parque uno de los pocos días de sol radiante que ha habido y donde, gracias al aburrimiento, me inspiré e hice fotos como estas:

Sexto, la lista de facturas por hacer y enviar para ver si me pagan, que con tanto viaje, la cuenta está empezando a temblar.

Además de todo esto, parece que la Ley de Murphy y la regla del 80-20 se cumplen de forma simultánea, porque ha sido llegar y no he parado de recibir peticiones por aquí y por allá... ¡Y yo con estos pelos!

En fin, que no me quejaré, porque más vale esto que morirse del asco como he estado los dos primeros meses del año. Adisfrutar ahora que puedo.

Besos.

viernes, 18 de febrero de 2011

El círculo del destino

Cuando ves que todo gira en torno a una sola cosa que se magnifica sobre ti y parece no tener salida... Cuando intentas que todo vaya bien, que sea perfecto, pero sólo ves que se te desliza de las manos y no puedes controlarlo... Se te va y se convierte en todo aquello que, con tanto cuidado y esmero, has intentado evitar: el desastre. Empieza con una sensación en el pecho; tal vez sea en el corazón. Tal vez sea un órgano oculto y desconocido, que se dedica sólo a eso: darte la señal de que algo malo puede pasar. Algo malo o, más bien, algo que no te va a gustar, algo que va a desestabilizarte todo lo que tan bien tenías colocado en diferentes cajitas en tu cajón de los pensamientos.

Creías que lo tenías todo controlado, que habías conseguido tenerlo todo y podías, por fin, relajarte. Pero en ese mismo momento, en cuanto sientes que ese minúsculo órgano empieza a funcionar (¿cuándo se irá de vacaciones?), empiezas a ver cómo las diferentes cajitas que creías tener controladas, se mueven y se colocan en una posición aleatoria, completamente inimaginable. Y todo vuelve a comenzar.

Poco después, cuando esa sensación llega por fin al cerebro... aquí es donde salta la alarma y el cuerpo empieza a notarlo... y tú notas como él empieza a prepararse para lo que va a llegar. Pero, a veces, tarda un poco en llegar y, cuando llega, aunque no te guste, aunque esté fuera de lo que querías, parece como que no le dieras demasiada importancia... Ah, bueno, vale... ya está. Pero otras veces, llega, y llega demasiado rápido... Sí, notas el pánico, ahí llega... Llegó... ¡Plas!... ¡Plas! Empieza a darte tortazos, uno tras otro, y se te queda una cara de boba que no sabes ni cómo recuperarte. Te levantas, pero aún te sientes mareada y no sabes ni cómo reaccionar para que no se te note que no te lo esperabas... No, no hay forma de disimular, tan solo aceptar el error. Y, por más que intentas excusarte, inventar alguna historia (seguramente verdadera pero que suena ridícula a oídos del que te escucha), no haces más que estropearlo todo.

A veces la vida juega con nuestra suerte. Y la suerte, se ríe de nosotros porque no podemos evitar ese juego de tira y afloja.

Pero esto es también lo que hace que la vida no sea aburrida, sino emocionante. Cada día hay algo (o muchas cosas) que debe ser memorable, que debe ser digno de plasmarse en un papel y compartido con el resto del mundo.

Curri

jueves, 27 de enero de 2011

Hacienda me la mete doblada...

La Hacienda inglesa me la ha metido doblada... Y sin vaselina. Sí, es verdad que podría ser peor, pero me ha pillado por sorpresa. Cuando he ido al contable para que prepare mi declaración, al no haber tenido demasiados gastos este año, resulta que el total de impuestos a pagar sube a las 4000 libras y pico, pero como resulta que, al ser el segundo año, tengo que pagar por adelantado los impuestos del año que viene... Así, por el morro (o by the face, si habláis inglés). Y mi pobre contable no sabía ni cómo decírmelo, insistiendo primero en si me quedaba algún gasto más por declarar, y pasando a enseñarme el papelito con el resultado final: 6900 libras de sopetón y otras 2500 en julio. Sí señor. Porque no bastaba con pagar los impuestos correspondientes, no, encima lo tengo que hacer por adelantado y de golpe.

Que sí, que si he pagado más impuestos que el año pasado, también quiere decir que he ganado mucho más que el año pasado, con lo cual, estoy contenta (en parte), pero el susto y la bajada del azúcar no me la ha quitado nadie :) Doy gracias a que mi madre me enseñó a ser una buena ama de casa y tener siempre dinero en el calcetín.

Y aquí es donde viene el debate de si es mejor el sistema español, donde se pagan unos 200 euros al mes y, al final del año, lo que ya has pagado se te resta de lo que tendrías que pagar (y si has pagado demasiado porque casi no has facturado, pues eso que te devuelven), o dejarlo todo para pagarlo todo de un montón a final de año. Yo, sinceramente, prefiero ir pagando poco a poco, porque aunque haya ahorrado y sepa que, más o menos, tendré que pagar el 20% de lo que gane, duele tener que pagar tanto dinero a la vez.

Creo que, a partir de ahora, me voy a crear otra cuenta de ahorros donde iré poniendo 200 libras al mes, como si de una cuota se tratase, para que el año dque viene me pille preparada... Y si sobra algo, pues para comprarme un caprichín.